ues claro que desempolvé los libros para la consulta, para ver ¿cómo era la bendita patología que invadía a los lugareños y al personal de las FF.AA.? y me desayuné, que no era más que una versión local de la Fiebre de las Montañas Rocosas, que era nativa de la Unión Americana.
Ya en conocimiento de lo que significaba y del tratamiento más idóneo y tras este Cursillo Intensivo de Medicina Tropical, me sentí en onda y con la confianza suficiente para emprender lo que venga por delante. Porque en lo que se refería a lo que quedaba atrás, la certidumbre de que tenía que enfrentarme a algo desconocido y nuevo, al hecho de tener que abandonar a mi familia a todo lo que había considerado mío, me tenían a mal traer; el descontento, la insatisfacción de tener que acceder a esa instancia, la única que había en ese momento, me llenaron de tristeza y de un sentimiento depresivo a duras penas disimulado.
Por demás estaría el relato de los preparativos para el equipamiento de mis aperos y de lo que también se me advirtió, “la preparación para endurecer lo que iba a estar por mucho tiempo en contacto con el lomo de los mulares” (el único medio de transporte disponible -aparte de ir a pata- por esas regiones); conseguir botas, poncho de aguas, bastante "sebito" para aplicaciones nocturnas en las partes que se iban a lacerar por el uso de las cabalgaduras…etc.