iendo las 5 de la mañana del 9 de agosto del 57, acongojado y muy sentido me embarqué en un bus interprovincial, que me condujo a Cuenca, ciudad a la que había visitado en dos oportunidades y, a la que arribé en las postrimerías del día… con mi ánimo por los suelos.
Al amanecer del 10 de agosto, aniversario patrio, sin hacerme eco del espíritu que embargó a los -patriotas- y desde el parque “Abdón Calderón”, ahora que estaba precisamente en su tierra y bien -hecho tierra…yo-, me embarqué en otro vehículo que me llevaría más al sur, más lejos rumbo a la ciudad de Loja, a la que iba a llegar por vez primera y de la que apenas conocía la letra y la música de “Alma Lojana”.
A las 3 y media de una tarde soleada, llegué a la ciudad rodeada por el Zamora y el Malacatos. Averigüé por la dirección del Cuartel Militar “Gral. Córdova” y allá fui conducido por un taxi, con todos mis bártulos, angustias y temores.
El Oficial de Guardia, gentilmente me recibió y al presentarle mis papeles dispuso lo necesario para mi alojamiento, la orden para que se me atienda con algún alimento y la presentación a otros señores Oficiales, que al conocer mi destino, me enrostraron: “¿Pero qué hizo pues doctorcito para que le manden a Zumba, acaso no sabe que allá envían al personal para que cumpla un castigo?” … Me quedé frío, porque fue entre otras oportunidades, la primera vez que supe… el por qué esa guarnición no era deseada por nadie, ni por ningún médico, que esté en su sano juicio.
Pero ya no había nada qué hacer ¡Todo estaba consumado!