Un safari más allá de Yangana


n la entrada de este edificio, estaba la “garita”, donde el conscripto Colala, posteriormente soldado de línea, adquirió la embocadura necesaria, para aprender a tocar la corneta con la que en las mañanas nos despertaba al toque de diana, para advertirnos que ya mismo nos tocaba levantarnos para  cumplir con las obligaciones del día y, por las noches, el toque de silencio para que las cuadras se oscurezcan y el personal descanse. Desde este mismo sitio, por las noches, a determinada hora se procedía rutinariamente a emitir señales luminosas orientadas hacia el Deshecho y Pucapamba en clave Morse, (ya que no había otro modo de comunicarse en ese entonces), para averiguar novedades de allí y desde más allá, allende la frontera.


Excúseme la licencia para describir entremezclado lo que fue mi primera impresión acerca de lo que vi primero y de lo que descubrí luego, cuando ya me aclimaté en la tierra “Charapana”.


Decía que un poco con estupefacción y más con cierto retintín y curiosidad, una vez que me “extasié”, con la panorámica del cantón Chinchipe, nombre oficial de la población, seguí al Correo Militar y descendimos por una senda trazada en las laderas del Colorado, hasta llegar a la meta -que casi tras  recorrer  un millar de kilómetros- me llevó desde mi hogar amado y la ciudad que me vio nacer, hasta esos lugares en donde transcurriría mi vida en los próximos meses.