Un safari más allá de Yangana


l Sol dominical de esa tarde de agosto, me encontró junto al Cuartel enfrentando la curiosidad del personal de guardia ante el cual no podía disimular mi embarazo y desazón al no saber qué hacer. Alguien, comedidamente, una vez que me aventuré a averiguar por el comando, me encaminó hasta el Casino de Oficiales, en donde fui recibido por mi Teniente Segundo “Chipico” Pavón, quien con un afectuoso abrazo de bienvenida me llevó hasta el salón en donde dispuso se me sirviera una refrescante bebida que tuvo la virtud de restaurar el cansancio y la fatiga de los últimos días.


Enfrascados en una fácil tertulia, mediante la cual, informé a mi interlocutor acerca de mis generalidades de ley sobre mi familia y la razón de mi llegada, a poco ya me fui sintiendo más cómodo. Y es que “Pavoncito”, como cariñosamente todos le llamaban, tenía un cierto carisma que inducía a la fácil simpatía de sus camaradas y del personal civil también; sobre todo de las simpáticas  charapanitas, una de las cuales era la predilecta, motivo de cotidianas visitas nocturnas a pretexto de “reconocer el terreno”, como con  guasa, manifestaba, a ver el “maicito”, haciendo honor a su profesión como -cuso- de infantería según exponía orgullosamente.