Un safari más allá de Yangana

ara distraer un poco la monotonía que embargaba a los pobladores de la vecindad, había un local en donde funcionaba un billar y billa. Puse toda mi buena voluntad para aprender a taquear y dar con bola. Fue inútil mi afán y esfuerzo, nunca pude hacer una carambola y peor llenar alguna buchaca.

Había pequeños bazares llenos de baratijas y novedades para todos los gustos y edades, adonde solían llegar comerciantes peruanos que venían desde San Ignacio en el Perú y hacían sus transacciones comerciales con toda normalidad y sin ninguna clase de animadversión, sobre todo cuando traían el “Ron Cartabio”, mercaderías en textiles, calzado deportivo, y un repelente aromático de buena acogida que hacía estragos entre los bichos e insectos y cuyo nombre no me acaba de salir a la punta de mi lengua, pero que era muy bueno.

Figura notable en los círculos sociales charapanos, era doña Juana Cossíos, quien habitaba en una calleja detrás de nuestra enfermería. Era una señora, de mediana edad que tenía como atributo su figura voluminosa efecto de una obesidad avanzada, que le impedía caminar adecuadamente, y se decía que nunca había salido de Zumba, porque no había una mula capaz de sostenerla y que del mundo exterior no lo conocía para nada. Una tragedia para doña Juana… qué habrá sido de ella? pobrecita.


En el transcurso de pocos días, aun cuando -más que excepción era la regla- el mal tiempo se impuso y aguaceros torrenciales que se acompañaban de mucha neblina, confinaron a todos lo habitantes a sus hogares y lugares de trabajo a esperar que cese la lluvia, antes de enfrentarse a los lodazales y a las caídas inesperadas en las resbaladeras improvisadas por la naturaleza y por la falta de alcantarillado y canalización.

Un hecho importante vino a sacarnos del tedio y aburrimiento, como fue el arribo de un colega con quien nos encontrábamos al cabo de muchísimos años cuando compartíamos la escolaridad en la Anexa “Leopoldo N. Chávez” del Colegio “Juan Montalvo” de Quito.

Sí, la llegada de Marcelo Larco Jameson, flamante odontólogo graduado como yo en la Universidad Central, un tipo bien parecido, de agradable trato y simpatía, constituyó un saludable aliciente para tener con quien compartir nuestras penas y alegrías, y se volvió el amigo y camarada, el confidente siempre esperado.