Un safari más allá de Yangana


l Colorado, nombre adecuado para la cumbre por la que transcurríamos, presentaba en esta parte del recorrido una larga travesía que nos permitía, trajinar con cierta soltura y hasta con alegría, pensando en todo lo que hasta entonces habíamos vivido, con tanto subibaja de toda condición y pensando  hasta cuanto más había que seguir antes de llegar a nuestro destino.

El hermetismo, no exento de picardía de mi guía, que se adelantó más de lo debido, me dejó por momentos sólo en este trayecto, y yo tuve que seguir adelante, ya que no había otra opción a la vista.

De pronto, apareció una gran curva en la que me esperaba mi guía, que con una sonrisa  socarrona, me dice: “Mi teniente, llegamos… ahí está... ZUMBA”.

Un valle que se deslizaba hacia el sur, en cuyo declive se asentaba mi hogar futuro, me pone ante mis ojos absortos, una población toda ella con una cincuentena de casas cubiertas, la mayoría, con techumbres de zinc, de una planta de edificación y unas pocas de dos pisos, la mayoría con estructura de madera, unas pocas de bahareque y una que otra, con paredes de adobe y cubiertas de teja.

Una calle principal, que desde el arranque de la pequeña urbe, recostada a las faldas del Colorado se deslizaba a lo largo de la población haciendo curvas en “ese”, se perdía en lontananza muy allá en el sur, -porque yo asumía- que ya que había viajado siempre en oposición al norte, desde que inicié mi aventura, todo lo que encontraría adelante, forzosamente tenía que ser el sur.

En efecto era hacia el sur que se perdía, porque más allá se apreciaban otras montañas que unas eran del Ecuador y otras, más allá eran del Perú.  ¡Tan lejos había viajado!