Un safari más allá de Yangana

n junio, se iban a cumplir 10 meses de mi “destierro” y la nostalgia, “púchicas” que me ponía en “pindingas”. 


A toda costa, aparte de mi labor profesional, traté de hacer más llevaderas mis horas, y cosa mala, cada vez que se trataba de olvidar las penas de quienes estábamos tan lejos de nuestro hogar, a procurar un poco de anestesia mediante la ingesta del néctar baquiano, a lo que contribuía también en que apareció una especie de período de temblores que sacudía esas regiones, que creíamos inmunes a los movimientos geológicos, si bien había cierta lógica si recordamos cómo con tantas lluvias, la tierra se remojaba y se convertía en simple barrizal, y así, suavecita la tierra, cómo no iba a moverse, al compás de nuestros conatos de embriaguez.


Un viejo y anhelado sueño de Rosita, se cristalizó en este mes, ya que en una de sus esperadas cartitas, me comunicó que había adquirido, una máquina de coser, de una de las mejores marcas existentes y que según me supo manifestar sabría hacer una maravilla de puntadas y costuras y bordados, y así fue cómo la ELNA, que era la máquina le sirvió después muchísimo e inclusive yo, en algunos instantes la manejé y muy bien en posteriores épocas cuando iba a ser papá bordando las frazadas para la cuna de nuestro primogénito. Pero eso será motivo de otro relato de lo que me sucedió en otro lugar.


En un arranque de romanticismo y pletórico de nostalgia e inspiración, a los años se me ocurrió escribir un poema para mi Rosita y así lo hice y lo titulé “Sangra Corazón”, cuyos versos se los remití a mi adorada esposa que espero los disfrutó. No sé qué fin tuvo este fruto de mi espiritualidad, pero lo hago constar porque así he anotado en mi viejo diario.


En el devenir de los días y las semanas y los meses, en Zumba, ocurría que los oficiales salgan constantemente en comisión hacia Loja y ocasionalmente más allá, por ejemplo Quito, y que todos los demás que nos quedábamos aprovecháramos la circunstancia, para convertirlos en postillones de nuestros sueños, de nuestras penas y alegrías, y así, por ejemplo en el caso mío que era quien más me ocupaba de escribir y escribir largas misivas para Rosita, mamá, papá, mis hermanos Gonzalo, Elvia, Marianela, o para mis amigos como Lauro Escobar, Lucho Aguilar, o para “Bachita” y Cesar Terán.., por ello mi mayor Enríquez, Jaime Ortiz, Homero Rodríguez, Carlitos Urgiles, y muchos correos militares de tropa, llevaron en sus faltriqueras ríos de tinta y resmas de papel que utilicé para hacerle llegar a mi familia mis mensajes de amor, ternura y recuerdo.