Un safari más allá de Yangana

a gente le arrastró prácticamente hasta el convento y nuestro personal de guardia y conscriptos que estuvieron presentes y vigilantes durante toda la escena, se rieron y aunque no me dijeron abiertamente, me dieron a entender: bravo mi teniente...


Al día siguiente 13 de julio, aniversario de nuestro matrimonio eclesiástico en San Sebastián de Quito, le escribí una larga carta a mi esposa alusiva a la fecha, reiterándole una vez más todo el amor y sentimiento que le guardaba, jurando que siempre la amaría a pesar de todo y contra todo.


Además contrariado le comentaba lo del incidente de la víspera con el cura los pormenores del hecho.


Cuando retornó mi Mayor, le dí parte de lo sucedido y me pidió que lo haga por escrito. Lo que cumplí al pie de la letra. Se me felicitó por mi prudencia, aunque alguno de los compañeros sí me dijo:"era nomás de que le metas preso al sotanudo..."


Así mismo, como todos los compañeros supieron que en este día estaba cumpliendo el primer año de mi matrimonio, ni cortos ni perezosos armaron la fiesta, que de fe, resultó buenísima porque comimos y bebimos hasta saciarnos... que bestialidad. Pero que se festejó se festejó.


El 17 y 18 de julio sentimos temblores de regular intensidad. Parece que el epicentro se encontraba más allá de la frontera sur en el Perú.


El 19, el inefable, Viche Martínez, nos invitó a todos al “pele” del chancho. Cuando llegamos frente a su casa un espectáculo que yo no había visto nunca. Imagínense, en el corredor que enfrentaba su casa, había un enorme y gordo cerdo que lo habían colgado de una de las vigas del techo. Debajo del animal una gran fogata encendida hacia la cual pausadamente y periódicamente descendía como por un sistema de poleas, el animal para someterlo a las llamas que quemaban su pelambre produciendo un humo desagradable y un olor que no impidió ni a mi ni a nadie, acercarnos con un cuchillo afilado y proceder a hacer cortes en la piel del animal para probar y servirnos sabrosos trozos de cuero de cerdo “chaspado”, aliñados con ají y sal y enfriados con sabrosos y llenos vasos de espumante cerveza.