Un safari más allá de Yangana

2 de julio, que era el primer aniversario de mi matrimonio civil, no imaginé jamás que iba verme envuelto en un desagradable lance con el cura Feijoo.


Ocurrió así: Otra vez me encontraba de comandante accidental de plaza, ya que mi mayor Garzón y otro oficial, salieron hacia Chito y yo era dueño y señor del orden y la tranquilidad de Zumba.


Antes había tenido, según anoté oportunamente, un incidente con ciudadanos políticos de derecha que no se quedaron tranquilos y molestaban constantemente a sus contrarios, creando ambiente de zozobra en la hasta entonces tranquila tierra charapana.


En este sábado 12 de julio, me encontraba en el Casino, escuchando música y leyendo una de las revistas que me enviaba mi esposa, y me encontraba particularmente meditando y recordando en un año atrás cuando ante la autoridad civil, Rosita y yo contraíamos matrimonio.


De pronto irrumpió uno de los elementos de Guardia:


Permiso mi teniente... El cura está haciendo escándalo junto a la garita de entrada. Se le ha pedido que se retire, pero en vez de hacer caso, se ha exaltado y lanzado insultos para todo el personal de jefes y oficiales de aquí...


Como es natural, en calidad de jefe encargado me incorporé y salí a investigar qué era lo que ocurría.


En efecto el cura, quien en meses anteriores había bebido y comido hasta hartarse en nuestro casino, con mucha maledicencia e ingratitud, aparecía con los brazos en jarra, su negra sotana, en pleno sol, rojo de rabia y casi echando espuma por la boca, vociferando porque no se le dejaba salir de la población para dirigirse Dios sabe a dónde. Hay que aclarar que habíamos recibido órdenes superiores para impedir precisamente que el cura salga en proselitismo político y en tal virtud pues, se procedía a tal impedimento.


Para qué habría salido yo. En cuanto me vio, a grito pelado procedió a insultar a las Fuerzas Armadas y a sus personeros.

Calmadamente, le escuché hasta que terminó su arenga.


Debo anotar que en mi formación espiritual y religiosa, crecí respetando las leyes divinas y que la concepción de Dios era parte de mi conciencia y lo propio todo lo que representaba la iglesia y sus pastores y prácticas litúrgicas.