Un safari más allá de Yangana

iernes 22 de Agosto.


A las siete y media de la mañana, bajo una espesa cortina de lluvia y neblina y un frío que calaba los huesos, nos despedimos del tambero y seguimos la travesía. 


Este estado del tiempo, nos acompañó durante toda la jornada... Así cruzamos Yamural... La Entrada...Cachaco...Cuando cruzamos el río, y veía las palmas que rodeaban este pequeño ribazo no podía sustraerme al hecho de que como a Cristo se le recibió con esta palmas en Jerusalén, cómo llegarían los campesinos de los caseríos cercanos en Semana Santa para cosechar sus ramas y adornar la iglesia y sus hogares, quemando también los ramos secos para aromatizar sus casas y ahuyentar los fríos de la temporada invernal tan prolongada en esa zona.


El frío, la neblina, la lluvia, la ausencia del sol, fueron el escenario apropiado en este teatro en el cual los actores rodeados por un ambiente espectral, arribaron por fin a Yangana a las dos y media de la tarde. A Dios gracias sin novedad. En lo particular me sentí más agradecido con mi creador, porque con todas las limitaciones sufridas pude llegar a la meta sin mayor novedad.


“Son las dos y media de la tarde, aquí en Yangana, -anoto en mi diario -llegamos yertos de frío y de hambre. Dulce amorcito mío apenas dos días nos separan. Qué dichosos vamos a ser al sentir la felicidad en nuestros corazones”.


Sábado 23 de Agosto.


En el primer bus intercantonal que partió desde Yangana hacia Loja, siendo las 9 de la mañana, viajamos apresurados. Mi tobillo seguía doliéndome, pero que como una especie de anestesia me ayudaba a soportarlo pensando en lo que nos esperaba más adelante.


Lleno de ilusión arribamos a Loja a las 4 y media de la tarde. Me parecía mentira estar por fin aquí en donde meses atrás, unos días de felicidad plena vivimos con nuestra pequeña luna de miel con mi adorada esposa.


Me apresuré a entregar en el retén militar los encargos que traje desde Zumba tanto de carácter oficial como particulares.


Aquí tuve un grato encuentro con “Don Pepe”, como cariñosamente llamábamos al Dr. Demóstenes Espinosa, hijo de Da. Marieta quien fuera nuestra casera en Quito.


Me alojé en un hotel cercano, luego de despedirme del soldado correo militar quien fuera mi guía y compañero en esta difícil cuita que acabábamos de pasar. Le agradecí sobremanera porque supo comprender cómo a pesar de mis dolores y de mi pesadumbre encaré con dignidad mi destino y fui capaz de llegar a la meta donde estaban mis sueños y mis esperanzas.