Un safari más allá de Yangana

lternando como jinete en mi mular y caminando difícilmente con mi lastimado tobillo, horas y horas seguimos la ruta estoicamente un poco hipnotizados por el paisaje un tanto iterativo, de arbustos y árboles por doquier, la ruta tan escabrosa, en la que muchas veces resbalamos y rodeamos camellones sumergiéndonos en el barro formado por la pertinaz llovizna que nos acompañó en esta primera y dura jornada que nos hizo arribar a Palanumá, a las diez y cuarto de la noche. Habíamos caminado 21 horas deteniéndonos apenas para tomar un poco de agua y servirnos algún refrigerio que llevábamos en nuestras alforjas y mochilas, hermanados con el soldado correo militar con el que intimamos en este duro trajinar.


Al servirnos un caldito de gallina calientito y un cafecito tinto humeante, tuvieron la virtud de levantarnos nuestro decaído ánimo, ya que arribamos cansados y con una hambre atroz y yo con el dolor de mi convaleciente tobillo que no me dejaba de doler y obligándome a cojear y a armarme de un bastón que nos fabricamos de una rama en el curso del largo trayecto.


Debimos haber dormido casi de contado en el camastro que el tambero nos puso a nuestra disposición y que hizo que nos despierte al amanecer para reanudar la marcha rumbo al norte.


Siendo las 6 de la mañana, con un ambiente más o menos sin lluvia, nos despedimos del tambero, pensando en lo que nos esperaba en el Pucarón, después de la lluvia del día anterior... Nuestros temores se confirmaron, ya que en la cuesta de subida, en la travesía y al descenso, todos los camellones del mundo parece que se inundaron y cómo había barro y lodo -hasta para regalar- lo que se dice, nos empapamos hombres y bestias. La mezcla de frío y calor con sudoración profusa, el dolor de mi tobillo, al tener que descabalgar, porque la mula se atoraba a cada paso en el lodo, cómo me hizo sufrir y sollozar... sin embargo continuamos, pensando que lo peor habíamos pasado…Paso a paso con mi dolorido tobillo persistimos y como lo que venía adelante era más suave, no tardamos mucho en pasar por Aguas Dulces... y arribar a Palanda en donde se nos recibió afectuosamente, se nos brindó un almuercito y un traguito, cruzamos el puente los humanos mientras el mular vadeaba el torrentoso Río Palanda y se reunía a nosotros para seguir adelante.


Más adelante pasamos por el caserío de Santa Ana, rodeado de abundante vegetación pero era un pintoresco lugar gozamos con su visión, pero no podíamos detenernos... había que seguir adelante y la noche se nos venía encima.  Así que apretamos el paso si así se podía hablar de un individuo que andaba con bastón en mano porque la cojera era obligada y había que arribar a nuestra próxima parada que estaba bien arriba en Crucero adonde llegamos a las seis de la tarde, tras 12 horas de duro andar.