Un safari más allá de Yangana

i bien el mes de julio que tendrá siempre una gran significación para mi vida y mi destino, el mes próximo, agosto, sobre todo el del 58 tuvo relevancia por lo que ocurrió y que tanto tuvo que ver con la evolución de tantos hechos que ocurrieron. Pasemos a relatar lo que expreso en este preámbulo.


El 1, retornaron desde Quito, Homero Rodríguez y “cucú” Urgiles, con tal motivo había que darles una bienvenida, acorde con la estimación y amistad que los profesábamos y así, tras una opípara comilona, hubo que usar los “bajativos” de rigor para que no nos haga daño lo que ingerimos en el banquete. Todos quedamos “guarisnay” un término que alguno se inventó para significar que quedamos perfecta y óptimamente en órbita.


El 2, recuperación, y el 3 de agosto, otra vez el cura Feijoo dando problemas, esta vez cuando pretendió convertir el templo en un club político.


Pero en esta vez, ya no fui protagonista sino solo testigo. Mi interés se orientaba a preocuparme acerca del destino de la solicitud tendiente a conseguir el permiso necesario que me permitiera -salir hacia la civilización- para tramitar allí el pase hacia otro lugar, una vez que como antes ya anotaba, había cumplido mi año de oriente reglamentario y obligatorio.


El 6 de agosto, organizamos un adecuado festejo para celebrar el onomástico de nuestro “gatito” Marcelo Larco. El desenlace ya se sabe.


El 8 de agosto, se cumplió ¡UN AÑO!, de mi despedida en Quito, de mi Rosita y de todos mis seres queridos para viajar a la desconocida e incógnita Zumba, sólo que en este aniversario, ya había libado no solo mi amargura y tristeza por la separación sino también había libado lo que no lo había hecho en todos mis anteriores años de vida.


Así que el 8 de agosto de 1958, al recordar y celebrar privadamente este aniversario, que tanto revuelo ocasionó a mi vida y mi destino, permitiéndome comprobar hasta qué punto había sido yo capaz de hacer y realizar cosas que no las había hecho nunca; probar la calidad de mi formación humana que me daría fuerzas y entereza para soportar las adversidades y pruebas que la vida y la naturaleza me pusieron adelante en claro reto y desafío y pensar con cierto orgullo que no me había fallado a mí mismo y tampoco había fallado a mi adorada Rosita y a mi familia. Sí había demostrado que era un ejemplar digno de pertenecer a la especie humana.