Un safari más allá de Yangana

on toda una serie de aprensiones,  continuamos nuestro periplo en esa tarde gris tan llena de lluvia, sin una alma que se arriesgue por esos andurriales. A poco comenzamos a descender y yo, conforme lo aprendido, tirando de las riendas de mi mulita por sí acaso. 

Pasamos por unos puntos, así los llamo yo con nombres un poco curiosos: Cachaco, La Entrada, Yamural, y Achupallas, el primer Tambo que conocí y adonde arribamos tras largas horas, de toda una primera jornada salpicada para mí, de nuevas experiencias que me permitieron probarme en nuevos escenarios, para los que ni en sueños los imaginé jamás iba a tener que presentarme. Hasta tanto, ya me juzgaba que era un perito en aquello de manejar y conducir un mular y eso para mí, uff ! ya era bastante.

A las 6 y media de la noche en el Tambo de Achupallas, escampamos del  temporal y del viento. Nos guarecimos del tremendo frío que calaba los huesos, y nos abrigamos con un calentadito de caldo de pollo, con unas presas que nos supieron a gloria y un cafecito con yuca, alrededor de una fogata en el centro del piso, que abrigaba la construcción hecha de madera y recubierta con ramas de arbustos para que el viento no se filtre por las junturas.

Alrededor del fuego entablamos animada conversación: Peñarreta el tambero, Cueva mi guía y este servidor y aplicándonos unas puntitas, que aparecieron milagrosamente para combatir el frío y los sustos de esta primera jornada.

En la semi oscuridad del camastro que me facilitaron, me dí maña para escribir unas pocas líneas en mi Diario, en el que entre otras cosas digo: “... Adquiero la mayoría de edad, después de sortear numerosos peligros de la jornada, (y con jactancia continúo) resulté feroz para una mula”(?) “Dios mío y seres queridos míos ¡ ayúdenme !”.