n la fecha, -domingo 11 de agosto, siendo las 4 y media de la tarde, aprovechando que he salido a recorrer esta ciudad, he llegado al Churo de Sta, Marianita, contemplo el panorama de la recoleta ciudad, me recojo en mi sufrimiento, y deposito, unas monedas en la caja. Están mis ojos humedecidos - releo estas líneas que he redactado en mi Diario.
El lunes, 12, en el Hospital Territorial Militar he ayudado a los doctores. “Viejito” Enrique Noboa y al Dr. Calderón en una intervención quirúrgica, y luego concurrí a la Zona Militar para recibir órdenes según el reglamento. Me he dado tiempo para escribir unas líneas a mis seres queridos que estarán inquietos por saber cómo me está yendo en la aventura.
Me entero que el miércoles es el día en el que partiré hacia lo desconocido.
El martes transcurrió con mis apuros y mis penares. Había adquirido una alforja, que parece es un artefacto útil cuando se va a cabalgar en mulares.
Siento cosas en mi estómago.
Se ha cumplido el plazo y la espera. A las 11 de la mañana embarco en un transporte rural que me llevará a mi futura localización.
Quinara, Vilcabamba un lugar que desde ese entonces ya era cuna de la longevidad, pasan raudos. Agreste y seco el paisaje con zarzas y manadas de chivos… un aroma a panela, recuerdo claramente y, a las 5 de la tarde arribamos a Yangana, y a la pequeña placita, a las casuchas que rodean el parquecito y a la casita en donde un militar me espera para mitigar mi cansancio, mi hambre y mi temor.
Una somera cena, a base de un cafecito acompañado de un aguado de gallina bien caliente, me conforta un poco el ánimo, mientras el cabo, cuyo nombre se me escapa luego de presentarme sus respetos, me asesora respecto del manejo de la mula que me transportará y los secretos para sacar el mejor partido de este singular medio de movilización, al que sólo había conocido, hasta el momento a través de fotografías o láminas.