Un safari más allá de Yangana


ero escrito estaba, que ya no había más chance para la auto compasión y que había que seguir adelante, este “adelante”, era la trepada hacia Solaguari.

Claro que trepamos, humanos y mulares hacia la cumbre de Solaguari, una elevación de mucha altura, que bien vista desde abajo nos parecía contactaba con las nubes, pero como estábamos empeñados en llegar al cielo, si este era el modo, pues qué más daba, sino continuar para ver si el paraíso nos esperaba al final de la cuesta.

Este caminar del 17 de agosto de 1957, me resultó el más largo de todas las jornadas, por lo duro del camino que tuvimos que trajinar y vencer, para subir desde planicies hasta cumbres, y este ejercicio, hora tras hora sin desmayo porque había que hacerlo y no se permitía derrotas y renunciamientos en estas alturas de la aventura.

Tras doce horas de esfuerzo, que se iban sumando a los tramos de tiempo de este calibre cada día que habíamos transcurrido, llegamos a la cumbre y fuimos alojados en el tambo que existía en este lugar en donde por fín, pudimos descansar hombres y bestias.

Ya en mi camastro, hacía cuentas de los días que habíamos pasado, desde Yangana de donde salimos el 15 de agosto y, el arribo a Achupallas en a cordillera de Sabanilla; el 16 desde allí hasta Palanda; el 17 desde allí hasta Solaguari.

Tres largas y agotadoras jornadas casi de 12 horas cada una: tres días…tres siglos.

Las 18 horas. Hace mucho frío aquí en Solaguari, pero nos abrigamos tanto por fuera como por dentro, según la sabia apreciación del tambero que en largas jornadas, por mucho tiempo ha atendido a diversos viandantes que como nosotros atinábamos a llegar allí en pos de reposo y abrigo. 

Mañana tenemos que como todos los días, procurar iniciar el periplo diario a partir de las 6 de la mañana.