on ese “curso intensivo de manejo”, luego de una caliente taza de café, Cueva Macanchi y Teniente Echeverría, flamante e inaugurado jinete, se despidieron del cabo cuyo nombre todavía no lo recuerdo, agradeciéndole por todas sus bondades.
Adelante, arreando la mula que llevaba el correo militar, Cueva Macanchi emprendió la marcha, atrás con susto y con un precario equilibrio que no acababa de instalarse el Dr. Echeverría, procurando ajustar sus piernas fuertemente alrededor del abdomen de la morena mula, que le tocó en suerte.
Advierto en esta parte de este relato, que aún hasta este momento, mi atuendo era civil, esto es, con mi overol, mi chompita, unos zapatos con algo de caña para el lodo y una gorrita, no tenían nada de marcial y no sabía aún si servirían para la empresa en la que me había embarcado.
Iniciamos la trepada de la montaña, el guía adelante y yo atrás. Recuerdo que de comienzo como la mula trepaba el punto de equilibrio se alteraba y, yo compensaba inclinándome hacia atrás lo cual era muy penoso y agotador. Al poco tiempo, creo que ya me acomodé y ya no tuve tiempo de pensar si estaba vertical u oblícuo encima de mi mula.
El paisaje en principio mostraba una variedad de vegetación acorde con la altura en la que transcurríamos. Un bosque de palmeras airosas me llamó la atención y recordé que eran justamente las que se utilizaban los Domingos de Ramos en la festividad de Semana Santa. Continuaba la marcha, yo confiado en que ya estaba manejando mejor la situación respecto de mi montura que hasta el momento no había dado problema alguno.