Un safari más allá de Yangana

na vez que me repuse de la desagradable sorpresa, me incorporé, dolido y muy contrariado por el incidente, y me dije, no hay más que seguir adelante y dar alcance a la mula que se dirigió rumbo a Isimanchi. En la senda que comenzaba a iluminarse con las primeras luces del amanecer, seguí adelante y como era camino conocido sabía por donde dirigirme con mucho apuro y diligencia hasta que vislumbré el río y el caserío vecino en donde presumía estaría esperándome la mula y el correo militar.


Decía que con premura y desesperación quería rescatar a mi cabalgadura y en tal empeño descuidé  el tacto y prudencia necesarios con tan mala suerte que en una irregularidad del camino dí un paso en falso y tuve que sufrir la luxación de mi tobillo derecho. Quise continuar adelante a pesar del dolor y la impotencia funcional consiguiente, pero no lo pude hacer a pesar de mi empeño y coraje.


Tuve que reemprender el retorno a Zumba, adonde llegué mohíno, cansado y muy dolorido, con mi tobillo hinchado...


No puedo ni quiero olvidar la risa y mofa de mis compañeros y del personal de tropa cuando descubrieron la forma de mi desgraciada situación y cómo a pesar de la conmiseración que inspiraba mi cómico accidente, más eran las risas, que la pena que los animaba. Y no era para menos... qué chacota y qué burlas. Yo mismo, en medio de mi dolor, me reía de mí mismo y me gozaba con el recuerdo de la escena tan cómica y tan ridícula.


Así pues no quedaba más remedio que ahorrarme mis propios reproches y me recluí en cama con hielo en el tobillo, analgésicos y a poner todo de mi parte para procurar rehabilitarme pronto y poder cumplir un nuevo intento.


Filosóficamente acepté esta burla de mi destino y me quedé en el lecho del dolor, los días subsiguientes, rogando a Dios que me componga rápido para realizar el cometido que me había propuesto.


Mientras este percance yo vivía en la lejana Zumba, mi Rosita, entusiasmada por la perspectiva de encontrarnos pronto, y, ajena a la desgracia desgraciada que sufrí, me remitió un radiograma en el que me comunicaba que me iba a esperar en Cuenca, ciudad llena de gratos recuerdos para nuestro temprano amor.