Un safari más allá de Yangana


sí, transcurría el tiempo y comenzamos a descender hacia un verde valle lleno de atractivos colores, árboles de regular altura y algunas casuchas y un riachuelo. Se alegró mi espíritu al contemplar este hermoso paisaje tan diferente de lo que habíamos visto en los días anteriores.


Valladolid, un legendario nombre que me hizo recordar historias antiguas, de pueblos nativos que se rebelaron contra la tiranía del conquistador español, con la consecuente destrucción de las primigenias ciudades que al principio florecientes, luego de la reacción de los nativos, quedaron en ruinas. Y, eso era lo que contemplaban mis ojos, muros cubiertos de musgo y de plantas parásitas, restos de construcciones antiguas, vestigio de otrora ciudades vivas. Meditaba en ello mientras cosechaba unos deliciosos frutos de guayaba que me supieron a gloria.


Saludamos con algunos lugareños que se nos acercaron con curiosidad, y, como había mucho que recorrer aun, seguimos el viaje no sin antes pasar un susto, cuando tuve que cruzar un puente de troncos de árbol, tendidos sobre un riachuelo, previo ejemplo de cómo había que cruzarlo según me demostró mi compañero guía. Con mucho temblor de mis piernas, mirando al frente, figurándome que cruzaba una ancha vía, con vacilantes pasos, al fin, lo crucé y me sentí muy orgulloso de haberlo hecho. Ahora con el paso de los años creo que sí fue una hazaña la que viví.


Continuamos el viaje y en unas dos horas mas o menos estuvimos en Crucero el próximo punto al que había que llegar para descansar un poquito y luego continuar adelante porque la meta era llegar a Palanda.


Tras breve descanso, para que los animales descansen también, seguimos adelante. Me sentía tranquilo porque me decía ya no creo que hay más montañas que subir y eso me animaba.


A poco caminar, luego de seguir la ruta señalada, con mi compañero que poco a poco iba cobrándome afecto creo que reconociendo el esfuerzo que yo hacía para no sentirme defraudado y para no causarle tanta molestia, arribamos al caserío de Santa Ana, un lugar al que lo recuerdo muy acogedor y solariego, pero en donde luego de breve reposo, tuvimos que dejarlo atrás, porque la meta aún está lejana.