Un safari más allá de Yangana


ueva Macanchi, una vez que vió que arribé sano al otro lado, se dedicó a dejar a las mulas sin toda la carga que llevaban para llevarlas a la orilla del río y allí “soguearlas”, procedimiento que requería de habilidad y la ayuda de por lo menos dos hombres para que cada uno en su respectiva orilla, con largos cables atados a los animales, obligaban a que se lancen al torrente y les ayudaban para que lleguen al otro lado sin novedad. Al menos así fue cómo me informaron cuando inquirí al respecto.

A todo esto llegó la noche y en pocos minutos más arribamos a la población de Palanda, en cuya Escuela, nos acomodaron unos camastros para que descansemos y nos sirvamos alguna sopa caliente y cafecito. Eran las 8 de la noche. Habíamos caminado una larguísima jornada.


Sábado 17 de agosto.- Qué extrañeza me invade, cuando reviso mis amarillentas y viejas anotaciones de hace 47 años, en el Diario que acostumbré a llevarlo desde tempranas edades, como una manera de recordar alguna cita o anotar algún evento interesante, próximo o superado para constancia mía y, nada más, porque a nadie que no sea yo, le importa un pepino lo que me haya pasado. Sin embargo, ahora que estoy en la vertiente de bajada de mi vida, cuando escribo este relato, me parece que alguien de los míos o quizá ajeno, se regodeará repasando estos eventos, ahora históricos, pero que plasman lo que fue el hecho de ir a mover mis pasos por remotas e inaccesibles comarcas. Lo de valor creo, es el planteamiento real de lo que ví y de lo que viví, un testimonio del pasado que servirá para cotejar con la aventura que se podría intentar en estos días del siglo XXI, emprendiendo el mismo periplo, cuando ya existen carreteras lastradas que permiten arribar a esos lugares con más facilidad y sin tanto peligro.

Bien, a lo nuestro... En alas del recuerdo, anoto que la estancia fugaz y sólo de paso por Palanda, una pequeña población en la que se apreciaba ya un regular número de pobladores, me llenó de admiración porque con su presencia estaban testimoniando un espíritu de sacrificio y renunciación para ir a instalarse en esas regiones tan lejanas y carentes de todo lo que conviene a un asentamiento humano para hacer más digno el hecho de vivir.


Sí, lo aprecié y me dio orgullo el coraje de esa gente, que a lo mejor buscando una tierra de promisión fueron a ubicarse en este lugar.