Un safari más allá de Yangana

orría ya mediados de Octubre, y se me informó que yo debía pronunciar el discurso -que se estilaba cada vez que se celebraba algún evento de índole patrio o de celebración internacional'. Y así, aquel 12 de octubre tuve que preparar una alocución referente al Día de la Raza, que recordara a los circunstantes, “…la epopeya de Cristóbal Colón, el intrépido genovés que al mando de las tres carabelas, se aventuró en los mares desconocidos queriendo llegar a las Indias, pero que con su coraje probó que no había ningún despeñadero más allá de las columnas de Hércules, como se llamaba en esas épocas al estrecho de Gibraltar y que se podía ir bien lejos, tan lejos, como llegar a tierras extrañas, al parecer vírgenes, antes del descubrimiento por parte de desconocidos extranjeros y que dieron a luz la existencia de otras tierras a las que con el tiempo se bautizarían con el nombre de América”.

Este acontecimiento sirvió para que la ciudadanía charapana, extrañara por algunas horas a sus connotados ediles, que en compañía de la plana mayor de oficiales de la guarnición militar, se reunieron para festejar el descubrimiento de América, en el Club “Centinelas del Chinchipe” -como pomposamente se denominaba un salón de reuniones- en donde periódicamente, se convocaban los diversos representantes de las fuerzas vivas de la población.

(No describiré cómo en ese festejo por el descubrimiento, lo que si se descubió, fueron nuestras debilidades para tolerar los derivados -finos y criollos- de la caña de azúcar, con estropicio general de lo físico y no se diga de lo psíquico, porque -sin ser el intrépido Colón-, terminé descubriendo "hecho tierra”... la tierra charapana).


Pero vale decir que reuniones como ésta, nos servían de aliciente para poder soportar y anestesiar la nostalgia de nuestras familias y de nuestros hogares.