Un safari más allá de Yangana

n los días subsiguientes hubo algún problema Reglamentario entre el Comandante y alguno de los Oficiales, a lo que se sumó un episodio maníaco de Isabel, que a la sazón, abandonada por quien le trajo hasta Zumba, determinó mi agenciosa participación como Psiquiatra novel para solucionar ese enojoso problema, que impresionó a no pocos de los circunstantes de ese singular episodio, y que traería mucha cola y consecuencias para algunos. Es que posiblemente la bella Isabel no estaba preparada para ser dejada a un lado de esta manera -tan desaprensiva- y que la aureola de la que se la rodeó estaba en decayendo y no fue de extrañarse que cuando en franca crisis histérica, puso en alarma a todos quienes la tratamos y la conocimos, obligando a este servidor a emplearse a fondo, poniendo en práctica lo aprendido y experimentado cuando era Interno del Hospicio y Manicomio de Quito, y por fortuna solucionando con no poca dificultad y paciencia, este episodio que dio margen a comentarios y dichos en la hasta entonces tranquila sociedad charapana.

Al final el consuelo llegó, cuando los brazos de otro oficial, en romántico relevo -que aclaro no fui yo-, estuvieron prestos para acunarla y llenarla del amor y consideración que ella demandaba.