Un safari más allá de Yangana

ios sabe hacer las cosas y se hace eco del sufrimiento de sus ovejas, en este caso  del mío, que viví en el temor de volver a enfrentarme otra vez a la dura travesía hacia la frontera sur oriental del país.


Comencé a ayudar en las atenciones de consulta externa en el Hospital Militar de Loja y ayudé inclusive en algunas cirugías a Enrique Noboa, viejo amigo en las aulas universitarias, aunque era más antiguo que este servidor. Debí estar haciéndolo bien porque se me informó que podía quedarme en Loja haciendo lo que estaba haciendo, perdonando la redundancia, hasta Febrero.


Para qué me habrían dicho... sin esperar más tiempo y, antes de que se arrepientan, de inmediato comuniqué a Rosita por telegrama esta hermosa novedad y la invitaba para que venga a acompañarme por unos cuantos días en esta ciudad, y le remití los haberes pertinentes para que pueda viajar, prometiéndole que iría a esperarla en Cuenca.


Así fue cómo unos breves días de nueva luna de miel tuvimos mi adorada Rosita y yo, allá muy lejos en el sur del país.


Así, el 18 de Enero nos reunimos en Cuenca y al otro día Domingo 19, viajamos a Baños y disfrutamos de las delicias del agua caliente y de las instalaciones turísticas que se ofrecían en esa época.


El lunes 20, viajamos hacia Loja, ciudad que iba a conocer Rosita por primera vez. Siendo el camino bastante largo y difícil por las condiciones de la vía que no eran de las mejores, fuimos recorriendo toda la accidentada geografía de esa región del Austro, con las interminables cuestas de subida y bajadas hacia los valles, reconociendo en el curso la curiosa formación montañosa del León Dormido, que se la rodeaba de un lado al otro, y confirmando que sí, en realidad se asemejaba a la actitud de ese felino en posición paciente. Oña, Susudel, Saraguro, fueron desfilando por nuestros ojos y juntos muy arrebujados en cálido apretujamiento vivimos esa aventura al cabo de tantísimo tiempo que se nos antojaba había transcurrido una eternidad... 


Qué felices nos sentimos entonces, en esa meridional ciudad, testigo de nuestro amor... Cómo recorrimos sus calles, sus avenidas a lo largo del Zamora y Malacatos, cómo nos cobijamos bajo los saucedales a la orilla de las cimbreantes aguas. Reímos y gozamos como hacía tanto tiempo no lo habíamos vivido y con el encuentro grato en esas latitudes de viejos amigos como lo eran Bertito Chávez y su esposa Marcita, como lo eran el Mayor Sampedro y su esposa,con quienes departimos más de una vez en esos cortos días que el destino y la Providencia nos regalaron. 


Fueron unos días que jamás los olvidaría y los evoco en este instante con indecible nostalgia y dolor...