Un safari más allá de Yangana


n las primeras horas del primer lunes de la semana, por parte de las autoridades de la Unidad, mi Mayor, Jaime A. Enríquez Lastra, acompañado del resto de señores oficiales, me presentó al pleno de los componentes de C.I. 17 “ZUMBA”, quedando en condiciones de Cirujano  del mencionado Cuerpo, con todos los derechos y obligaciones inherentes a mi nueva y delicada función, según afirmaban los despachos que me acreditaban en apergaminado nombramiento con puño y letra del Señor Presidente de la República del Ecuador, el Dr. Camilo Ponce Enríquez, a la sazón Jefe del  Ejecutivo en esas fechas.


Con cierto orgullo no exento de vanidad, íntimamente me sentía orondo  con mi nueva posición, lo que ventajosamente me puso como en estado de trance -que me permitió capear en estas primeras horas- los tormentosos días que luego seguirían como anotaré en su debido momento.


En las horas y los días subsiguientes, me dediqué a reconocer, el local de la enfermería. Relato escuetamente cómo era el dichoso lugar, en el que en los meses subsiguientes iba a desempeñar mis labores profesionales.


Distaba una cincuentena de metros del cuartel y se ubicaba justo hacia el costado derecho del inicio de la calle principal. Era una “casucha” de madera con las paredes -otrora pintadas- y que ahora eran de un blanco grisáceo, con cubierta de láminas de zinc, en cuyo frente existía un corredorcito donde se podía poner una banquita para que esperen los pacientes.

Por la primera puerta -porque había otra- se accedía a la consulta médica, y por la adyacente a la consulta dental.

Una vez que se ingresaba a la consulta, había un pequeño escritorio, una silla, otra para los pacientes, un anaquel para ubicar el botiquín y detrás de la misma, un espacio en donde se hallaba el chaise longue en el cual se procedían a realizar los exámenes físicos y curaciones, un lavabo y toallero y el soldado Manuel Saltos Piedra (a) “lobo”, que era el enfermero de la Unidad.