Un safari más allá de Yangana

na vez inteligenciado sobre ciertos aspectos generales que debía satisfacer, Pavoncito, dispuso que se me arreglara una habitación, la misma que se constituiría en mi hogar para los próximos meses.

Mi “casa”, de unos 2 metros cincuenta por lado -ya había expresado que era de madera- tenía una "camita" de una plaza, por sí acaso, un pequeño velador y un ropero. Una ventana que estaba orientada hacia el sur, me permitió apreciar desde un primer momento, cual iba a ser el panorama paisajístico y mi visión en los días que estaría en Zumba.

Había un grupo de gente que espectaba un partido de voleibol en la plaza de la población, había mucha animación y apuestas según conocí más tarde. Como estaba con deseos enormes de ducharme, comencé a buscar el baño, solo que éste estaba ubicado hacia la parte trasera y a la intemperie del Cuartel. Era el “baño” un recoleto lugar en el que se había plantado una plataforma de cemento donde se ubicaba el interesado y, el mismo que recibía un gran chorro de agua que venía a lo largo de un gran tubo de caña guadua, que en suave declive venía desde muy arriba en la montaña. Pero qué delicia recibir la fuerza y la frescura del agua, en esa temperatura de estación veraniega al menos en ese momento. Me hice adicto a recibir el diario masaje que me brindaba el dichoso chorro de agua con su pujante golpe.

Aquella primera noche, acompañado por mi Tnt. Pavón y el Subteniente Aureliano Bravo Vidal, -quien sería compañero de aventuras de toda índole- nos servimos la cena. Yo, todavía un poco cohibido, estaba parco en la conversación a lo largo de la cena y, luego de la misma, conversando tópicos generales en la sala del Casino. Estuvimos hasta las nueve y media de noche, hora en la que nos retiramos, yo sobre todo, ya que los compañeros se alejaron para la retreta de la noche con partes y registro de novedades, entre las cuales debió haberse señalado el arribo del “Doctorcito de la Unidad”.

En el Diario, que me está permitiendo recordar tantas cosas he anotado: “Sin novedad, a Dios gracias, he llegado a mi destino. Veamos qué me depara la suerte. Son las 9 y media. Voy a acostarme. La nostalgia, es mortal”.