Un safari más allá de Yangana

odo este panorama con  el mejor adorno de las paredes de la enfermería recubiertas por periódicos y páginas de antiguas revistas, que relataban noticias y eventos de pasadas épocas.


No miento si manifiesto que este escenario no era el que yo esperaba y que me sentí muy desconcertado y desanimado. Pero sobretodo era el olor, ese olor desconocido el que me mortificaba. Cuando inquirí a mi ayudante, acerca de ese aspecto recibí del lobo Saltos Piedra la razón... "Mi Teniente, es el guano de los chimbilacos".  Me quedé lo que se dice en “ayunas” porque nunca había escuchado, hasta entonces algo semejante.

A ver, lobito - ya que había que entrar en confianza con el que sería mi ayudante en los próximos meses - qué son los chimbilacos?

Con socarronería, dándose cuenta de mi perplejidad, el enfermero, me respondió: “mi teniente, así se llaman a los murciélagos. Ellos tienen su nido aquí en el tumbado, y si no cae algo, es porque cada cierto tiempo hay que subirse al techo para limpiarlo”.

Desde entonces, comencé a poner oído atento, para identificar los raros sonidos y movimientos que ocurrían en los altos de mi enfermería y, para procurar en lo posible la no contaminación con el instrumental médico y las medicinas que en pocas horas más, recibí previo inventario por parte de la superioridad de la Unidad.

En horas de la mañana, se disponía, la atención a todo el personal militar y en la tarde, se atendería a los familiares que concurrirían a la consulta o había que ir a visita domiciliaria, cuando el caso lo ameritara.