Un safari más allá de Yangana


l día lunes 16 de diciembre pasé preparando lo necesario para el viaje a realizarse el próximo día martes 17 de diciembre.


Se acercaba la festividad navideña y como antes anotaba, la mitad del personal saldría con permiso y la otra mitad para el final e inicio del nuevo año, así que yo, en lo particular muy nervioso y lleno de alegría e ilusión, comencé a prepararme física y psicológicamente para emprender el viaje de retorno -por la temible senda conocida y pensando que nada más me detendría- y que desafiándolo todo, cualquier percance o inclemencia lo superaría, porque en alas del gran amor de mi vida, que me daba fortaleza y ánimo, sería capaz de todo hasta de lo imposible con tal de volver al lado de mi adorada esposa Rosita, a quien presentía también ansiosa por volver a verme y para ayudarla a sobrellevar los compromisos y responsabilidades que yo le había encargado y que la preocupaban sobremanera.


Por eso a las 3 de la madrugada del martes 17 de diciembre, iniciamos la primera gran aventura para mí, de regresar por el terrible camino que recorrí cuatro meses antes. La obscuridad de la senda iluminada por nuestras linternas, la mía y la de Shungur el guía y correo militar que me acompañaba -que era muy conocido por ser el más veloz de los correos- a duras penas alumbraban el camino en medio del lodo, la lluvia y la neblina, pero mi ilusión y mi ansiedad estuvieron a la par del esfuerzo desempeñado por mi valioso compañero y, a pesar de lo tormentoso del día, cruzamos Isimanchi, dominamos la dura cuesta de Solaguari, bajamos a Palanumá, y en el temible Pucarón, tenía que fallar la mula, debiendo dejarla y seguir a pie en medio del lodo y la lluvia y haciéndonos una lástima, pero sin arredrarnos, seguimos impetuosos, descendiendo a Aguas Dulces por la planicie, avanzamos hasta Palanda, cruzamos el colgante puente de bejuco y arribamos entrada la noche, entre las 9, al Tambo de Santa Ana.


Habíamos logrado hacer en una jornada dura, lo que regularmente se demoraba dos días y medio.


¡Qué bestialidad! se había probado que la voluntad de vencer, no era letra muerta y que el entusiasmo y afán para llegar pronto a los seguros y cálidos brazos de la bienamada, puso alas y devoramos los kilómetros sin sentirlos mayormente. Pero si que estuvimos cansados, pero también dispuestos porque el record establecido ...me llenó de orgullo y mejoró mi hombría y auto estima.