Un safari más allá de Yangana

n la fecha 23 de Febrero, se celebró el cuarto aniversario de nuestro encuentro con mi Rosita y lo recordábamos claramente, porque en el carnaval de 1955, un bombazo con tremenda puntería llegó a mi radiosa frente, hiriéndome gravemente en mi sensibilidad y sobre todo en mi corazón, porque en cuanto descubrí quien me había disparado, quedé flechado y me enamoré de golpe, ya que mi vecinita de frente al Hospicio, que trabajaba en el Molino “MICEDA”, era nada menos que mi -francotiradora Rosita- que desde entonces gobernaría mi vida y mi destino... lo que son las cosas... de inmediato procedí a escribirle una larga misiva recordando el hecho y reiterándole una y otra vez el amor inmenso que le profesaba.


Contando los días, me dí cuenta que en este 26 de febrero, ya eran 7 meses que me encontraba formando del personal de C.I.17 “Zumba”- y me digo in mente “qué bestialidad y qué aguante”.


Al otro día 27 de Febrero se festejaba el Día del Civismo y la Jura de la Bandera, acto solemne de gran contenido patriótico que a más de recordar la Batalla de Tarqui, en la que Sucre derrotó a los peruanos de Lamar, servía para que se recordara con actos simbólicos, como lo fue mi conferencia alusiva a la fecha, salpicada además, por la llegada a través del correo militar sabatino, de un sendo y hermoso ejemplar de “Lo que el Viento se llevó” que me remitió mi mujercita adorada.


Se inició el mes de marzo y con él, una responsabilidad para la que de ningún modo estaba preparado.


En efecto, es costumbre en las Unidades militares, que algún oficial obligatoriamente tiene que pasar por la comisión de ranchería.


Ello significa que tiene la obligación, junto con el clase ranchero y el encargado de la cocina, de organizar el menú mensual para oficiales y tropa y, de acuerdo con ese programa alimenticio, concurrir al mercado -en donde exista desde luego- para adquirir cada día o una vez a la semana los víveres y las vituallas necesarias para ese suculento objetivo, procurando comprar los artículos de mejor calidad y a un precio razonable, de tal modo que al final del mes, al rendir las cuentas en el balance mensual, no haya ni exceso, ni faltante en el rubro económico correspondiente, ya que, el oficial pagador entrega al oficial ranchero una suma de dinero que se juzga será la suficiente para tal fin.